Despacha turrón por toda la ciudad.
Todos los que tenemos la fortuna de vivir en este rincón de México, con un paisaje exuberante, un río que serpentea el corazón de la ciudad, amaneceres esplendorosos, y ocasos resplandecientes de vivos colores, disfrutamos también de los personajes típicos que cotidianamente vemos, los apreciamos y los sentimos muy nuestros; personajes que el tiempo ha vencido, que nunca volverán pero que han quedado en nuestros recuerdos infantiles, por varias generaciones.
Para todos era una grata sorpresa que cada principio del mes de noviembre, coincidiendo con las fiestas de Todos Santos y los Fieles Difuntos, aparecía mágicamente la figura de un ancianito muy querido por todos, que cargaba una charola de madera con su tijera, una campanita y unas pinzas además de una singular hachita tan antigua como él, la que servía para cortar una de las más ricas y dulces tradiciones de nuestra ciudad: el Turrón.
Ese ancianito era D. Pedro Hernández Albino.
Nacido un 13 de mayo de 1906 por el rumbo del panteón viejo, en el número 51 de la calle Galeana, D. Pedro de niño acudió a la Escuela Cantonal Miguel Lerdo de Tejada, sus primeros dos años, ya que el tercero y cuarto los hizo en la Escuela Enrique C Rebsamen, que entonces se encontraba por las calles del Infiernillo y Zaragoza; esta calle del Infiernillo, después se llamó “De las Artes” y ahora lleva el nombre del ilustre médico de Huitzizilco, Chicontepec: Dr. Zózimo Pérez Castañeda; esta escuela se cambió a finales de los años 40 del siglo pasado, al legendario Barrio de la Concordia en Escobedo y Allende, convirtiéndose en un Centro Escolar donde ahora finalmente se encuentra. Don Pedro recordaba que atrás de la original Escuela Rébsamen, en el callejón de Churubusco, los niños disfrutaban en el recreo de las delicias de la famosa panadería de las Iglesias. Jugaban en todo ese barrio incluyendo el de la Bomba cuadras atrás, llamado así porque había un pozo muy grande del que se bombeaba su agua hacia la Fábrica de Hielo La Constancia de D. Antonio Álvarez Pancardo que estaba en la calle principal y la calle Hernández y Hernández, cuyo edificio actualmente existe y es considerado un monumento histórico de Tuxpan.
Cuando Pedro salió de la Escuela siendo jovencito aprendió el oficio de hojalatero con Segundo Hernández y después en el taller de Gustavo Bello. Como ganaba muy poco y a él le gustaba mucho el baile, una tarde entró por casualidad a la dulcería de don Alberto Martínez, quien con los años se significó como uno de los más tradicionales artesanos en la historia de la fabricación de dulces en la ciudad. Conversando con él Don Alberto le dijo “muchacho si quieres vente a trabajar conmigo, ¡¡vende dulces!! Aunque sea los domingos para que no dejes el trabajo de tu taller”. De esta manera Pedro se inició como dulcero tradicional recordando haber vendido casi 12 pesos de sus primeros dulces, una verdadera fortuna para los años veinte del siglo pasado.
Se quedó Pedro Albino ya de planta en la dulcería; Don Alberto en el verano fabricaba paletas de hielo y dejaba un poco la fabricación de los dulces que reanudaba entrando el otoño tuxpeño. Las paletas de hielo y de sabores de frutas eran deliciosas y tenían una enorme demanda en el verano, pero los dulces no se quedaban atrás entrando la temporada fresca de la ciudad. ¿Qué tuxpeño o turista que se da cuenta, no ha saboreado un delicioso chicloso, una cocada de colores roja, amarilla, rojo con blanco, o la tradicional tipo mostachón de coco, el dulce de papaya verde en rebanadas cristalizadas o el de calabaza, los polvorones agrosellados, el pastelito enrollado, o el famoso pay de leche o de piña? ¡Caramba hasta se nos hace agua la boca! Qué tiempos aquellos, pero para fortuna de toda la tuxpeñada, los herederos de D. Alberto que murió en 1975, continuaron la fabricación de estos dulces, que se venden en algunas esquinas del centro de la ciudad, expuestos en vitrinas pequeñas y que ahora después son producto de la fábrica que está en la Avenida Insurgentes y de la que es dueño el que fuera ayudante por años de Don Alberto: Don Lourdes Mendoza.
En 1930 D. Pedro cambió de giro y tuvo la suerte de conocer a Don Modesto Sánchez “El Gallego” quien le enseñó el arte de procesar turrón, y desde ese año los tuxpeños comemos turrón criollo. Al principio lo hacía en una paila de cobre, pero al paso del tiempo lo cambió por cacerolas de peltre del mero bueno. La miel de azúcar al tornarse en una pasta blanduzca cocida a fuego, a fuego manso, la pasaba por un amasado como si fuera el de un alfeñique y después lo coloreaba por partes: el blanco lo hacía con esencia de anís o de coco, al rojo le ponía grosella y al café chocolate, además lo adornaba con pasitas antes de que se enfriara y cristalizara “A punto de Turrón”; estando ya lista para cortarse con la famosa hachita de don Pedro.
Él despachaba en su tablerito raciones de a peso para arriba y te los ponía con su pinza, después de cortarlos en un pedacillo de hoja de estraza, esto fue el deleite de muchos de sus clientes que ya le esperaban desde el comienzo de la Fiesta de los Muertos o poco después, dependiendo de cómo estaba la temperatura y me decía (en la única entrevista que le hice hace muchos años y que ahora actualizo) “si hace calor me espero hasta que se ponga templado o comiencen los fríos” (por aquello de que la gente come más dulce cuando la temperatura es mas fresca o fría en Tuxpan). Así trabajaba hasta marzo o abril, para regresar a la venta durante la primavera y el verano de las raspas de hielo de sabores, porque el negocio de la paleta helada se acabó cuando falleció el Sr. Martínez a quien D. Albino apreciaba mucho, por haber sido él, un fiel empleado de su fábrica de dulces que estaba conjuntamente con una panadería en la Calle Mina muy cerca del Correo.
Con los años encima D. Pedro perdió casi su voz, aquella voz que recorría con su eco “Turrón, Turrón” las callecitas de Tuxpan, se le fue apagando progresivamente, por ello traía ya al finalizar su vida tan recordada, una campanita para anunciar su llegada. Su delgada figura era familiar y todo el mundo cuando lo veía con su tablero en la cabeza, su tijera o en su diablito, con su andar lento, se regocijaba diciendo: “Miren ya llegó el turrón” y ¡a comprarle!
Decía “Por las mañanas despacho en la esquina de Ocampo y Lerdo (junto al legendario Bar Las Brisas), y de ahí me regreso a las colonias Escudero, Miguel Alemán y hasta la Azteca. También llego hasta la esquina de Zapata y Ocampo aunque no me gustaba mucho el centro al que visitaba muy temprano para saborear mi cafecito y mis bocolitos, y a merendar por las tardes en el 303”; conocido restaurante frente al mercado municipal.
Padre de dos hijos y siete nietos que lo adoraban, don Pedro enviudó en 1968 “cuando las olimpiadas” recordó. Ninguno de sus herederos sabe el oficio por lo que la producción dulcera de nuestro personaje aquí podría terminar, pero por fortuna, otros recogieron la estafeta y ya hemos visto en los últimos inviernos a mas de un turronero vendiendo, esos sí, en el centro de Tuxpan, su exquisito producto.
Don Albino falleció un 1º. de Mayo de 2001, a los 96 años. Era muy lúcido cuando lo entrevisté a sus 90 años, iluminaba con su delicioso tablero el paisaje urbano para deleite de todos nosotros: los tuxpeños.
Me gustaria colaborar con esta crónica aportando los siguientes datos: Los padres de Dn Pedro fuerón Dn. Norberto Hernández Carpio(1876-1957) y Constanza Albino Acosta (1881-1976). Atte Sinaí Martínez Cruz (Hijo de Dn. Alberto Martínez)
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