lunes, 8 de marzo de 2010

LA BARRA DE CORAZONES…

 Una epopeya histórica de la Villa Tamiahua en 1931
 Todo el pueblo luchó titánicamente para abrir su laguna al mar
 La triste historia de una Villa agonizante

Por. Obed Zamora Sánchez

En 1931 se llevó a cabo en la Villa de Tamiahua una gran hazaña protagonizada por sus pobladores –hombres y mujeres- los cuales, abandonados y sumidos en la más profunda indiferencia de los gobernantes de la época fueron liderados por Benigno Casados para abrir la barra que los uniría con el Golfo de México y que había sido azolvada por las compañías petroleras – como narraremos más adelante- causando una verdadera tragedia en la Villa ya que el principal sustento de la misma siempre ha sido la pesca.


Al no tener comunicación con el mar por más de una década, los lugareños prácticamente agonizaban en la más tiste de sus miserias, no ingresaban los frutos del mar. Comían escasas raciones de camarón y acamayas y la desesperación estaba aniquilándolos poco a poco.

Las compañías petroleras habían saqueado, desde los inicios de la Revolución en la segunda década del siglo XX hasta fines de los años veintes, todo lo que se llamó La Faja de Oro, tierra adentro utilizando el litoral de esa parte del norte de Veracruz para el tendido de oleoductos y para así cargar sus buques hacia el extranjero.

Toda la franja costera fue utilizada vorazmente y estas compañías colocaron pontones de fierro para cerrar la bocana que alimentaba a la Laguna de Tamiahua, por la cálida agua del Golfo de México.



La finalidad era tener una vía terrestre para transportar su maquinaria e implementos para la exportación del petróleo que brotaba a raudales de los magníficos pozos que contuvo la ya nombrada Faja de Oro.

Tamiahua era una localidad que casi no figuraba en el mapa. Lo que aparecía en la geografía era la laguna, que se conoce por lo suculento de sus productos marinos y que la han hecho tan famosa. Pero lo que allí sucedió a partir de 1930 fue la más grande demostración de la fuerza de voluntad, de la tenacidad y el coraje humano.

Hombres y mujeres se unieron cuando su población no excedía los l0 mil habitantes, para librarse del hambre, abriendo con sus propias manos un boquete para conectar las aguas del mar y la laguna, o sea, algo que solo se concibe utilizando la tecnología y el equipo necesarios.

…“En el año de 1930 –empieza diciendo la singular crónica de puño y letra de Benignos Casados.- año histórico del pueblo de Tamiahua, marca una época de sacrificios y escasez por falta de productos de pesca para el sostén de la familia pescadora (sic). Este hecho sucedió debido al azolvamiento de la Barra de Galindo.

Por esta causa, –continua Benigno- el pueblo de Tamiahua tomó la determinación de organizarse debidamente, para proceder con sus propios recursos a abrir una nueva barra frente al poblado. El plan que se desarrolló para llevar a cabo la realización de esta obra fue siguiente:

Se organizaron de tal forma que integraron un comité pro-barra y su primera decisión fue el hacer un memorial de peticiones al gobierno para que enviara ayuda y apoyo a los esfuerzos del pueblo. La respuesta del gobierno fue que no tenía partida presupuestal para estos trabajos. En vista de esta actitud, la asamblea decidió pedirle permiso al gobierno para hacer ellos mismos los trabajos a lo que este último les respondió positivamente (dice el dicho que gratis hasta las puñaladas son buenas).

Los trabajos se organizaron de la siguiente forma: la población se dividió en seis partes departamentales denominadas cuarteles del 1º al 6º, y se acordó que los trabajos se realizarían semanalmente, correspondiendo al primer cuartel iniciarlos el día lunes continuando los restantes de manera sucesiva.

Fue la madrugada del 19 de marzo de 1931 cuando las mujeres, -esposas y madres del primer cuartel, se levantaron temprano para preparar la comida para el sustento en las faenas que iban a realizar.

Esa mañana histórica presentó un bello espectáculo de color y animosidad entre las aguas cristalinas y las lanchas con pescadores entusiasmados dirigiéndose al lugar de la promesa y así, con esta misma animosidad los demás cuarteles hicieron lo suyo.

Así mismo, la asamblea organizó una ceremonia de iniciación de los trabajos para la apertura de la barra. Se invitó para este acto al Club de Damas presidido por la Srita. Juanita Galindo, distinguida y bella damita del lugar, quien se encargó de recibir la primera palada de arena que se iba a sacar del lugar para conservarla como recuerdo en los años venideros.

“El señor Otilio Domínguez, fue designado para que en este solemne acto, extrajera la primera palada de las arenas y la depositara en el ánfora sostenida por las delicadas manos de la señorita Galindo. Ya reunidos el personal del primer cuartel, el club de damas y el comité pro barra concedieron al señor Benignos Casados la palabra quien se expresó en la siguiente forma: “Llegó el momento esperado, momento de iniciar estos trabajos guiados por la mano de la Providencia. Que los ángeles del cielo nos rodeen en este ceremonial bendito y nos ayuden a llevar a cabo la apertura de esta barra, que los pescadores se proponen abrir para que no falte el pan a sus familiares”.

Después de este acto, los allí presentes hicieron un circulo rodeando señor Otilio Domínguez. Llegaba la hora de los grandes acontecimientos, este anciano se despojó con la mano izquierda del sombrero que le cubría y sosteniendo con la derecha la pala, con solemnidad y respeto levantó su noble faz hacia los cielos y exclama: “Señor, ya que me diste permiso de sacar de esas arenas la primera palada, te ruego nos permitas sacar la última de estos trabajos para que se unan las aguas del mar con las de la laguna”.

Al terminar esta fervorosa oración, procedió a hendir las arenas con su pala para sacar la primera palada y depositarla tal y como se ha mencionado en el ánfora sostenida por la señorita Galindo. Un rumor de notas musicales emergió en esos solemnes momentos de un bosquecito cercano como un halito divino de una esperanza y como el despertar de un sueño de promesas.

“Nuestras almas -continúa en su relato Casados- se regocijaron con este baño de melodías, escuchándose el vals Sobre las Olas del Mar del Maestro y Compositor Mexicano Juventino Rosas, ejecutado en aquel paraje por el conjunto orquestal del inspirado maestro Eguinaldo Capitán”.


Estos trabajos que se emprendieron a la luz de una esperanza, guiados por la Providencia con el sacrificio y esfuerzo del pescador, con la fe inquebrantable en su corazón escasos sus alimentos, con el propósito de dejar a sus hijos el pan perdurable que a ellos les había faltado.

Humildad y sencillez, principales características de la gente buena, pureza de almas implorando desesperadamente la ayuda divina, eso fue lo que predominó en la insólita ceremonia que se desarrolló en aquel bajo de arena, entre el mar y la laguna. Ese fue el comienzo de algo que alcanzó tamaño de hazaña, en la que el hombre buscó su alianza con la naturaleza para sobrevivir.

Organizados los trabajos en tal forma, que no se interrumpieran se corría el riesgo de que la arena extraída fuera substituida por más, acarreada por la fuerza del mar, la jornada empezó con el trabajo del primer cuartel, de los seis que estaban distribuidos. Cada cuartel aportaba unos ochenta hombres de todas las edades, armados de picos, palas y carretillas hechas por ellos mismos de madera vieja, pues lejos estaban de poder cómpralas. Se trabajaba día y noche; aquellos no se podían detener por la sencilla razón de que el mar no se detiene y podía volver a llenar de arena lo escarbado.

En la noche se iluminaban con la luz de la luna y cuando no la había, con fogatas y antorchas. ¿El mal tiempo? Lo habían tenido en cuenta pero estaban acostumbrados a desafiarlo trabajando rudamente en medio de las borrascas. Las madrugadas resultaban más reconfortantes pues “Neto”, un viejo ducho en el manejo de alambiques clandestinos, que se las ingeniaba para no ser descubierto por los inspectores del alcohol, repartía generosamente un garrafón de caña entre sus paisanos en las horas más duras de la jornada.

A unos cuantos meses de estar trabajando, llegó a Tamiahua una comisión de miembros de la legislatura estatal encabezados por el diputado Ismael Melgoza, quienes querían saber con qué autorización se estaba haciendo aquello. Los atendió el señor Benigno y les mostró el permiso que había concedido el Gobierno cuando les negó su colaboración. Conformes, los diputados se fueron, felicitándolos por la obra. Eso fue todo y no volvieron. (Lo dicho, gratis….)

Y vino lo épico. A partir de aquella mañana del 19 de marzo de 1931, toneladas de arena se iban extrayendo en faenas fatigosas, extenuantes, que se prolongaron, al parecer, por meses y meses, sin que nadie se cansara físicamente, ni en su ánimo. No hubo un solo hombre que tirara la pala diciendo: ¡ya no puedo, ya no sigo cavando, me retiro! Seguían y seguían, tercos, tenaces, con el corazón ardiendo de voluntad. “Por eso -dicen ahora algunos que sobreviven- le pusimos “Barra de Corazones”.












Hasta que llegó el 8 de septiembre de 1933. ¡Habían transcurrido dos años y medio! Desde el día anterior azotaban en la costa vientos huracanados. La marejada y el oleaje hacían más difícil el esfuerzo. Se sabía que se acercaba un ciclón de aquellos que en esa época aun no tenían nombre. El ciclón de l933 desencadenó su furia en Tuxpan, Tamiahua, Tampico y Soto la Marina para luego internarse en los Estados Unidos. ¿De qué velocidad serian los vientos? Fue precursor del “Hilda” que asoló nuestras costas en el año de 1955 y si este alcanzó los trescientos kilómetros por hora, el del 1933 no debe haber sido de menor intensidad por lo que les vamos a narra a continuación.




¡Es un ciclón! Exclamaron los habitantes de la Villa de Tamiahua, pero cuando el grito fue dado, ya el meteoro estaba allí sobre los hombres que trabajaban en la construcción del canal. El mar embravecido levantó olas hasta de ocho y diez metros, cuya fuerza hay que calcular tomando como base que cada litro de agua es un kilo de peso. ¿Cuántas toneladas de agua tiene una ola gigante? La fuerza es brutal y puede partir por la mitad un barco de hierro.

En el tiempo que llevaban trabajando, los pescadores estaban a punto de dar cima a su proyecto. Hacer una excavación para abrir la barra, de dos metros de profundidad por diez de ancho en una extensión de 1,200 metros. Pero la naturaleza les tenía un regalo que no esperaban.

Cuando el huracán alcanzó la fuerza máxima de sus vientos, vinieron olas inmensas que velozmente, como si se tratara de un maremoto, reventaron hasta más allá de la playa. Los pescadores se habían puesto a salvo, menos Neto, el aguardientero, que lo vieron desaparecer en la cresta de las olas.

Al amainar el viento y el oleaje, y bajo los aguaceros que acompañan a los huracanes, los pescadores abandonaron sus refugios y vieron con asombro que el agua del mar entraba en torrente a la laguna. La furia del ciclón y la fuerza del océano habían abierto un canal de 200 metros de ancho, en vez de diez y 25 pies, no dos metros, de profundidad – ¡casi una bocana!- o sea que la naturaleza había multiplicado las dimensiones del proyecto original de los pescadores colmando el resultado de sus esfuerzos.

“Las aguas de mar y de la laguna – escribió Benigno- en comunión sagrada y movidas por la Divina Providencia legaron una riqueza perdurable a Tamiahua y a los poblados ribereños”.

Aquello no fue un milagro. No hay razón para suponer ayuda divina. Lo de Tamiahua fue una idea que después se llevó a la práctica; pero ello requirió de mucho trabajo cuyo resultado fue el fruto del admirable esfuerzo y formidable voluntad de un puñado de verdaderos hombres.




La pesca, sobre todo la que realizan los pescadores pobres, siempre ha estado impregnada en todas partes, de un profundo espíritu religioso. El pescador es sencillamente un creyente y por lo tanto la fe guía su trabajo. Veamos, por ejemplo, el caso del grupo de pescadores selectos que en Tamiahua se integra anualmente con el nombre de “Los Tarabitas”. Son doce, como doce eran los apóstoles.

Estamos en pleno siglo XXI y demasiado lejos ya del principio de la era cristiana. La posibilidad de aparición, en cualquier parte del mundo, de hombres semejantes a los que participaron en la iniciación de la fe, se ha desvanecido para siempre. Actualmente ya no concebimos su existencia; nos parece cuestión de leyenda, de fantasía religiosa; algo que no es posible aceptar. Creer que puedan surgir místicos, iluminados, hombres predestinados, cristianos o discípulos como los que acompañaron a Jesucristo, nos parece algo fuera de toda cordura, inaceptable y hasta motivo de sarcasmo.

Sencillamente, en el caso que nos ocupa la fe contó con un hombre, que la interpretó profunda y correctamente y la convirtió en acción. El misticismo se tornó a tenacidad, así como en dos años y medio de trabajo sin más remuneración que la esperanza. En el centro de todo estaban la mente y el corazón de ese hombre humilde y a la vez excepcional que dijo haber visto y hablado con Dios. Por supuesto que esto es motivo de duda. Es cuestión de creer en eso o creer en él.

Como sea, es indiscutible y apopléjico, lo que hizo Benigno Casados.

REFERENCIAS

Santos Llorente Javier: Block de Reportajes. Corazones. Págs. 93-112. 1998. Edición del autor.


PIES DE LAS FOTOGRAFIAS

1.- Mapa que muestra el sitio exacto en que está actualmente la Barra de Corazones en la Villa de Tamiahua.

2.- Don Benigno Casados.

3.- Grupo de pescadores, que en el año de 1930 excavaron un canal para abrir la bocana de lo que hoy es la Barra de Corazones para comunicar la Laguna de Tamiahua con el Mar.

4.- Paisaje típico de la Laguna de Tamiahua con sus pescadores.

5.- ***Ojo:
Agrupar aquí tres fotos:
El Parque de la Villa de Tamiahua, su Iglesia y uno de los más bellos atardeceres en la Laguna

6.- Grupo de Lanchas en una arribazón de pescado a la Laguna de Tamiahua