martes, 29 de abril de 2014

INFANCIA FELIZ

La Infancia Feliz



H
an pasado más de  60 años desde 1950 –apenas una minúscula mota en el devenir del tiempo- y aquellos recuerdos de una infancia, indudablemente muy feliz, jamás regresarán.

                Los niños, jugaban en el recreo de sus escuelas  a la salida de clases y después de terminar sus tareas, en la calle o  en los pequeños llanos cercanos a sus barrios, con una variedad de juegos, que por temporadas o por modas se instalaban entre toda la chiquillería.

                A veces sólo bastaba un poste de luz para disfrutar grandemente de estos sencillos modos de divertirse, o el Parque de la Reforma para retozar, correr  y evadirse con juegos tan divertidos como Los Encantados, el Pote  o La Roña.

                Bastó y fue suficiente entrevistar a la trilogía de los hermanos, Pancho y Guillo –El Malango Chávez t  y su amigo, Manuel Jiménez Cruz,  para elaborar con los recuerdos de todos, el presente artículo.

                Ellos son asiduos  concurrentes a una cafetería del centro de la ciudad y  con sus ocurrencias, puntadas, dichos,  bromas y anécdotas, uno disfruta un rato muy agradable  recordando aquellos lejanos días que nunca volverán, se perdieron con la llegada de la televisión.

                Los niños de ahora no juegan, se la pasan sentados frente a la computadora, o a un video juego o simplemente viendo televisión con películas llenas de violencia. Un gran porcentaje de sus padres, que también vivieron de niños este avance tecnológico y fueron muy influenciados por el mismo, no saben seleccionar los programas educativos que existen y dejan sin orientación a sus hijos. Los resultados son desastrosos en el comportamiento de algunos –no todos-  . La obesidad infantil, es uno de los mayores problemas que se están incrementando, por falta de activación física, el consumo de alimentos chatarra y refrescos embotellados muy edulcorados. Esto puede condicionar o predisponer a sufrir de diabetes y enfermedades del metabolismo  y otros muchos problemas que seguramente comentaremos en otro artículo diferente al contexto de este.

Los juegos de antaño se ponían de moda por temporadas y así había la del Trompo, del Yoyo, del Balero, del Cometierra, de la Pelota Quemada, de las Pandorgas, Picuys, Papalotes o Cubos, las Canicas, las Cebollitas, los Encantados, el Pote,  los Cortadillos, el Burro Francés, la Rueda, la Ola y muchos más como el Burro Comemáiz, que se jugaba en cualquier época del año.

                Para jugar al Trompo se dibujaba  una rueda llamada “La Panza” y en el centro se colocaba un tostón de los de antes (cincuenta centavos) y/o un trompo, como prendas; con su trompo los participantes tenían que sacar las prendas fuera de la panza y si no lo hacían en varias jugadas y su trompo quedaba dentro del círculo perdían el propio  o tenían que pagar por él colocando otro tostón en La Panza.

Yoyo y Balero se jugaban indistintamente en el verano y/o en el invierno y vaya que había virtuosos para los capiruchos del balero. Eran juegos individuales, raramente se veían competencias, aunque a veces se enfrascaban dos rivales –sobre todo con sus baleros– a jugar las ensartadas y muchos malabarismos que se hacían con esta fabulosa artesanía. Con el Cometierra, juego indudablemente tuxpeño, era muy singular, se cortaba un trozo de palo de escoba o de madera como de 15 cm, se le insertaba un clavo al centro de uno de sus extremos, quedando como un mini picahielos y se le sacaba filo, se jugaba en época de lluvias porque tenía que incrustarse en el lodo desde la mano o de cada dedo dándole una voltereta y haciendo varias suertes para que siempre llegara al suelo con la punta.

                Para jugar  la Pelota Quemada se hacía un cuadro semejante al del béisbol con su home y tres bases. El que iniciaba el juego bateaba con un palo  la pelota de goma dura y trataba de llegar a salvo a una base, el que atrapaba la pelota se lo impedía de un pelotazo (la quemada) casi siempre por la espalda y bien fuerte.
Obed Zamora, siendo un niño

                Las Pandorgas, Papalotes, Picuys o Cubos  fueron los objetos que surcaron los cielos de Tuxpan en el verano o  en el comienzo de los  vientos de los “Nortes”. La felicidad de los niños era volar estos artefactos, que por regla general,  los hacían sus padres o el abuelo y o algún familiar cercano. Se fabricaban de delgados tubitos de carrizo, se forraban con papel de china de colores y se adornaban con guirnaldas del mismo papel y una “cola” de trapo.  Algunas tenían un “zumbido” es decir “rabeaban” y en competencias se les insertaban recados y/o se les colocaban pedacitos de navaja de afeitar “Guillete” para cortar malosamente otras pandorgas, perdiéndose a la distancia. Las más famosas y respetadas eran de 12, 24 y hasta de 36  pemoles (pequeños romboides). Los Picuys eran romboidales sencillos y más pequeños. Los más vistosos por lo novedoso, fueron los cubos  (muy pocos los sabían hacer) uno o dos cubos o rectángulos unidos que mágicamente se elevaban muy alto en el cielo.
                “Las canicas” se jugaban todo el año en competencia con uno o varios participantes, había verdaderos campeones que arrasaban con todo; recuerdo que hasta mi profesor de sexto año,  Rodolfo Hernández (“La Mirringa”),  jugaba con nosotros en el recreo. Era bueno y usaba “agüitas” como “tirito” es decir canicas transparentes de colores muy bonitos para tirar de salida a las otras canicas, y había cayucos, muy famosos para usarlos como “tiros,” y una enorme variedad de canicas para jugarlas. Otro que era “vago” lo fue Secundino “El Berraco” Carrasco, un personaje típico de la ciudad, traía dos calcetines bien repletos de canicas y no había rival al que no venciera.

                “Las Cebollitas” se jugaban con niñas, ellas se sujetaban a un poste y los niños “arrancaban” a una por una del citado poste. Dos equipos jugaban a Los Encantados, teniendo dos postes de base que, generalmente eran los de la luz eléctrica. Uno tenía que correr de poste a poste y si un miembro del otro equipo te tocaba, quedabas “encantado” es decir inmóvil, con el chance de que otro compañero de tu mismo equipo te “desencantara” al tocarte evadiéndose rápidamente de sus adversarios y así sucesivamente hasta que un equipo perdía al quedar todos sus miembros “encantados”.

“El Pote” fue sin lugar a dudas un juego divertido y muy emocionante para aquella época. Era un modo de esconderse es decir cómo jugar a “las escondidas”. Había una base –siempre un poste o un árbol–  ahí se colocaba un bote de lata vacío;  el tenedor del mismo, al inicio del juego, se volvía hacia una pared o atrás de un árbol mientras toda la palomilla que jugaba se escondía rápidamente sin que él los viera. Enseguida salía a buscar a los escondidos y al que encontraba, era eliminado al vocear su nombre (“uno, dos, tres,  perulque) y continuaba su búsqueda no alejándose mucho del pote para que no se lo ganara algún escondido,  diera tres latazos en el piso y gritara “salvación”  (la de todos los encontrados) y así quedar penalizado otra vez con el Pote y su búsqueda.

“Los cortadillos” se hacían con una corcholata bien aplanada que quedaba como un pequeño disco al que se le sacaba filo por toda su circunferencia y después se le hacían  dos agujeritos al centro (como de botón) por los que les pasaba un doble hilo de hilaza y así se enroscaban estos hilos varias veces para hacerlos girar vertiginosamente al soltarlo y encogerlo, (como acordeón o fuelle). Ya listo el juguete, el niño se  enfrentaba a un contrincante para ver quien cortaba más pronto  al otro, su cortadillo.

                El resto de los juegos como el “el burro comemáiz”, en el que un jugador se colocaba sentado con las manos en la cara recargadas sobre sus rodillas para que los demás le pegaran en la cabeza un manotazo suave y el tenía que adivinar quién era y éste si era descubierto se colocaba en el lugar de la víctima. “El Francés” se jugaba con dos equipos de 3 a 4  chicos, uno se agarraba de poste completamente inclinado y los otros se asían de su cintura. Este era el equipo receptor, el otro mandaba un primer jinete a toda velocidad que brincaba y caía en los lomos y cintura de uno de los muchachos y este tenía que moverse violentamente para tumbarlo, si lo hacía, el otro equipo perdía y se volvía a su vez receptor. Realmente era un juego para niños mayores.

                “La Ola” se jugaba sobre todo a la hora del recreo  en la escuela. El chico más alto y grande iba en un extremo y todos los demás se agarraban de la mano, unos 5 o 6 más y corrían velozmente; de repente el “poste” (el chico más alto) se paraba súbitamente y todos giraban hacia delante. Si uno de los niños salía disparado, seguro que perdía dando volteretas en el patio de la escuela con las risotadas de los demás. Por último “La Rueda” era un juego personal muy entretenido; uno se agenciaba una rueda de hierro (restos de una parte de una máquina de coser, por ejemplo), la cual podía ser pequeña, mediana, o  grande (el Rin de una bici también) y se  fabricaba con un trozo de alambrón una especie de gancho que sostenía la rueda y la echaba a caminar por toda la calle sin que se cayera  haciendo un ruido muy particular.

            
El circo Atayde, visitaba la ciudad.
    Y así transcurrían los tranquilos meses de un Tuxpan que ya no volverá y las risas y alborozo de nuestros niños ya no se escucharán más. Los juegos que todos jugamos han desaparecido…Aunque se quedaron varios más en el tintero  de la nostalgia.

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