-Gaby Zamora-
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Durante
la época jacobiana, la región huasteca del área de Tuxpan fue abandonada por
sacerdotes católicos contra quienes se había orquestado un ataque ideológico y
político. El conflicto tuvo proporciones violentas. El único ministro que
permaneció fiel a sus convicciones y a su fe, desafiando los riesgos, fue el
padre Florentino R López. La s últimas
confesiones, los santos óleos, bautizos y bodas, a partir de la segunda mitad
de los años veinte, se realizaron clandestinamente.
El padre Florentino realizó su peregrinar con
disfraces audaces e inocentes al mismo
tiempo, los que en muchas ocasiones eran inútiles, debido a su gran popularidad
y a su figura inconfundible; al intentar despistar llamaba más la atención.
Pero más allá del conflicto religioso-social fue un personaje respetado por
todos. Las autoridades de varios ayuntamientos giraban órdenes expresas a sus
comandantes para que no lo molestaran. Los dirigentes agrarios anticlericales le tenían tanto respeto y reconocían tanto su
gran popularidad, que cuando necesitaron de su convocatoria para lograr con
éxito una reunión campesina, no dudaron en pedirle auxilio. Las actividades del
padre Florentino también se extendieron a la educación y a las obras sociales.
En
noviembre de 1921 el padre Florentino, en ese momento cura de Tamiahua,
acompañó en su visita pastoral al monseñor Rafael Guízar y Valencia[1]
El padre Florentino además de
atender a las parroquias de Tamiahua, de Temapache y la vicaría de Tihuatlán,
se hacía cargo de la de Tuxpan. Era un gran evangelizador. Un ser humano
carismático, quedan testificadas sus crónicas en la historia de la Parroquia en
donde narró las siguientes anécdotas por demás místicas y muy simpáticas: “Por el mes de febrero del año
del Señor de 1916, que eran horas de prueba para la iglesia de Santa María de
la Asunción de Tuxpan, estando el Templo Parroquial ocupado por la tropa, había
dado por dormir un militar de grado, debajo del ciprés del altar mayor y
estando en una de tantas noches acostado sintió que lo abrazaba una mujer, al
principio no le dio ningún cuidado porque creyó que era una (mujerzuela) de las
que tantas noches iban a verlo, pero conforme lo iba abrazando aquella
desventurada, sintió que le encajaba las uñas por la espalda, que sintió el
rostro velloso y olor desagradable, quería zafarse de los brazos de aquella
mujer y fue estrechado una vez más. En medio de esta lucha desesperado invocó
el nombre de la Inmaculada diciendo “Ave María Purísima” y al pronunciar esta
bellísima jaculatoria se ve desligado y arrancó a correr, dejando ropa y todo;
fue a parar según se dijo, hasta media plaza.
En otra ocasión, estando toda la
tropa acostada dentro de la iglesia oyeron un ruido en el coro, y vieron bajar
con verdadera sorpresa un sacerdote vestido con su traje talar atravesando toda
la iglesia y postrándose con toda reverencia delante del altar mayor, de donde poco
a poco desapareció; lo que infundió tal temor en el ánimo de todos, que a esa hora se salieron a pasar el resto de la
noche en el atrio de la Santa Iglesia.
El día 31 de diciembre del año
del Señor 1914, estando todavía en el templo la venerable imagen de Nuestra
Señora de la Salud, unas soldaderas que le robaron su ropa interior, se
retiraron, pero después volvieron para quitarle el hábito y el manto; pero,
¡Oh! Milagro del cielo, cuán grande fue
la sorpresa de ellas cuando vieron que la taumaturga Virgen de la Salud de los
enfermos, se movió dándoles la espalda, arrancando ellas a correr llenas de
espanto, muriendo una de ellas trágicamente entre el Jambal y Tumbadero”.
Otro
Relato es el de un individuo que se jactaba de ser liberal, entró por curiosidad
a la iglesia en febrero de 1918, a los pocos días de que el cielo bendito me
había concedido abrir nuevamente la iglesia y ejercer mis funciones
sacerdotales. Estando la imagen de Jesús Nazareno en una pequeña mesa arriba
del presbiterio del lado del evangelio, y estando mi biografiado delante de la
venerable imagen, repentinamente vio el rostro de la imagen rodeada de una
aureola de luz quedando su rostro severísimo como si en aquel momento hubiera
querido increparse con el individuo; lo que infundió tal temor en el ánimo de
mi biografiado que maquinalmente dobló las rodillas en el suelo, haciendo como
pudo unos garabatos en lugar de la señal de la Santa Cruz en la frente, se
limpió los ojos, tomó resuello y volvió a mirar la sagrada imagen, cuando la
vio en esta segunda vez, le mostraba un corazón igualmente radiante de luz,
pero con rostro severo, en un parpadear que dio, desapareció todo y quedó el
rostro de la imagen tal como se ve hoy en día.
Termina
estos relatos el padre López con lo siguiente:
“Yo Florentino R. López, cancelo lo antes dicho
con las armas de mis manos para perpetuar memoria en las futuras generaciones,
junto al trono de Nuestra Señora de la Paz.”
Muere
de una edad avanzada en la ciudad de Amatlán, Veracruz. Tanto lo quiso su pueblo que no dejó se enterrase en el
panteón municipal, sus restos descansan en el atrio de la parroquia de aquel
lugar.
REFERENCIAS:
·
La Catedral de Santa María de
la Asunción en: Zamora S. O: Tuxpan, Crónicas de su ciudad y puerto. Págs. 163-169, Groppe Libros México 2012, 1ª
edición.
·
Alafita M L, Gómez C F. Tuxpan,
Veracruz Imágenes de su Historia. Pag. 164, Gobierno del Estado de Veracruz,
Archivo General del Estado 1991.
[1] fallecido en 1938, es el primer obispo mexicano e
hispanoamericano canonizado por la Iglesia católica.
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